martes, 11 de noviembre de 2008

cosa digna de verse...


'exordium,î'

Contóme mi madre, cuando era un niño de virginal pensamiento, una historia que dejó en mi una brutal impresión: Hace más de 50 años, en su pueblo, un villorrio lejano al norte el Perú, su primer hermano mayor Santiago, solía dejar el poblado y bajar a una oscura quebrada. Bajo una conveniente cueva de piedra negra y vilmente asesorado por el temido brujo Teodomiro Rojas, mi buen tío sellaba con su sangre un pacto con el diablo por vaya uno a saber qué beneficios. Una vez entregada el alma, el inocente subió al pueblo sin pensar que La Bestia gustaba también cobrarse los favores a través del cuerpo. Una mañana, un persistente olor a amoniaco despertó a mi madre: Inmóvil sobre su cama, su amado hermano Santiago expelía cuescos terribles y se deshacía en abundante aguadija.

-Ya me violó éste desgraciado... -alcanzó a decir mi tío. El dios de la Tinieblas, pues, lo había mancillado fieramente...

Cojeante y con el orto recién reventado por el cornudo, Santiago R. decidió arrepentirse y peregrinar de pueblo en pueblo con una pesada cruz en la espalda.

Hasta ese momento, no imaginaba yo a mi tierna edad, que Mefistófeles podía tomarse semejantes atribuciones. No huelga decir que pasé varias noches en vela, pasando tribulaciones espirituales y temeroso de que Satán me ataque con una infernal embestida por la retaguardia...

Pero bien, chicuelo inquieto como fuí, pronto llegué a olvidar semejante historieta... Hasta hace unos años, cuando encontré éste interesante extracto de el libro "Inquisiciones Peruanas" de Fernando Iwasaki, sobre unas religiosas en mística lucha contra el lacerante príapo de Belcebú.

Algún día contaré la historia de mi tío Santiago y su infeliz amancebamiento con mayor señal y pelambre. Por lo pronto, esta lectura que es mejor y más alegre texto:


UN INCUBO EN EL CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN

A COMIENZOS DEL SIGLO XVII, muchas eran las santas mujeres que en Lima sostenían reñidos combates con el demonio para mayor gloria de Dios. En su Vida Admirable y Muerte Preciosa de la Venerable Madre Soror Rosa de Santa María, Leonardo Hansen cuenta que la delicada terciaria limeña se topó en cierta ocasión con el diablo y le dijo: "¡A te digo, puerco sarnoso!, ¡sal acá!, ¡aquí te espero!, ¡sal si te atreves! Haz quanto puedas y quanto Dios te permitiere en mi cuerpo, que en mi alma, fío en mi esposo que no podrás. Sal, bestia cornuda, ¡riñamos! Al instante salió tan grande como un gigante; tembló el aposento, y cogiéndola por el pescuezo, la dobló como un mimbre, pareciendo quererla desmenuçar en polvos; pero ella, con ánimo entero y fixo en Dios, se reía y le escupía".
Estas virtuosas doncellas dispuestas a dejar que el demonio les hiciera cualquier cosa en sus cuerpos para templar sus espíritus, la mayoría de las veces se alzaron invictas sobre las asperezas de la carne, que bien sabemos que eran los ayunos, los sufrimientos, los rigores y los placeres. Siguiendo el ejemplo de Santa Catalina de Siena, Santa María Magdalena de Pazzis o Santa Brígida de Suecia, las santas limeñas lucharon con el diablo a brazo partido o simplemente se dejaron desguazar, para que le constara al maligno que a la carne le podía hacer de todo y al espíritu nada.
Sin embargo, en 1629 la madre Inés de Ubitarte -monja de clausura del convento de La Encarnación de Lima-, se presentó ante los comisarios del Santo Oficio para acusarse de apostasía, pacto explícito con el demonio y comercio carnal con los íncubos del infierno.
La denuncia provocó la alarma en la ciudad, pues ya que el diablo era incorpóreo -como afirmaba San Agustín-, era evidente que Lucifer había desenterrado un cadaver del atrio de la Iglesia Mayor, para así realizar el coitus diabolicus con sus víctimas. Girolamo Menghi señalaba en su Flagellum Demonum: Exorcismorum Terribiles, que tales cuerpos eran mezclados con barro y ceniza, y Santo Tomás aseguraba en De Trinitate, que más tarde eran dotados de semen que el mismo diablo extraía de los sueños deshonestos de algunos cristianos que pecaban mortalmente con sus pollutio nocturna. Los inquisidores ordenaron a la población recluirse en sus casas, y publicaron un bando por el que quedaba prohibido soñar hasta que el íncubo fuera destruído.
La monja Ubitarte era célebre por su ciencia infusa y famosa como "castigadora de demonios", mas la derrota sufrida le deparó el ingreso en los calabozos de la Inquisición. Allí contó el inefable episodio ocurrido en la clausura:
... que avía cuatro años se avía desengañado por avérsele aparecido visiblemente el demonio en figura de hombre, una noche estando en su celda acostada. Y le avía dicho que se holgasse, pues por medio de los embustes que le avía ayudado a haçer era tenida comúnmente por santa. Y que se diese a los gustos del mundo y no hiciesse penitencia ni se matasse, porque a la hora de la muerte le daría una gran contrición, conque moriría santa y la celebrarían con fiestas y regocijos. Y que diciéndole las dichas cosas y muchos requiebros de "mi alma", "mi vida" y otros, sintió que se le había echado encima y conocido carnalmente, sintiendo que le entraba su miembro en su natura como hombre a muger. Y que aunque al principio la rea se avía turbado, después encendida en un fuego grande de sensualidad le avía admitido y correspondido con otros tantos requiebros como el demonio le decía, y que le avía besado en sus partes y que en aquel deleyte avía tenido effusión de semen...
Inés de Ubitarte volvió a La Encarnación y nunca más salió de su celda. El íncubo sedujo a otras monjas en diferentes conventos de la ciudad y hubo que sacar a a Nuestra Señora en procesión para obligarle a volver a los infiernos. Las reverendas madres dijeron que tenía "una grande verga, fría como la nieve y negra como la pez, que era cosa muy rara y digna de verse".

INQUISICIONES PERUANAS (Extracto)
Editorial Renacimiento. Sevilla, 1997.
AUTOR: Fernando Iwasaki Cauti (Lima, 1961)

Ilustración: Sergio Mora.



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