miércoles, 5 de noviembre de 2008

una tarde con joe...


De mal humor, Joe termina sus espaguetis  frente al televisor. Ha sido un día terrible, una tarde terrible, con un calor terrible. Y en realidad, Joe no hizo nada distinto a los otros días: Estar sentado todo el tiempo frente al televisor. Vaya, algo que no estaba nada mal, si es que a Peg no se le hubiera olvidado poner las cervezas en la heladera a tiempo para la hora del almuerzo.

Ahora su tarde de béisbol es de espagueti frío y cerveza caliente. Con un calor terrible y con los jodidos reflejos del sol reventándole en la cara. Malditas seas Peg… La cerveza caliente le inflaba la barriga y le causaban pedos. Debería golpearla, pensó. No por gusto se esforzaba por enterrarle la tripa todas las noches…

Claro, ella no está y le importa un bledo mi cerveza caliente, refunfuña Joe, mientras se acomoda las nalgas para no acalambrarse.  ¿Acaso me importó un comino verla cagarse de frío esa noche? Recuerda Joe la vez cuando se acercaba a la ventana para putear a los mendigos que encendían los cilindros de basura para calentarse: Todo el humo entraba por su ventana; y no es que su casa oliera mejor pero, coño, prefería su propia pestilencia y no la humareda de esos malditos yonquis… Bueno, vio a  Peg: era la única blanca que se calentaba en medio de tanto negro adicto y eso causó en  Joe algo de conmiseración.

Hey...! -gritó Joe a la vez que un par de negros alzaban la cabeza para mirarlo-. ¡Ustedes no perros...! ¡La chica!

Peg le miró a los ojos. Pelirroja y muy delgada, desde aquí se notaba que era una putilla que andaba de malas… En fin, después de todo, a Joe también se le hacia la vida difícil sin una mujer a lado.

-¡Sube! ¿Quieres subir?

Peg asintió con la cabeza y justo iba a entrar al edificio cuando Joe le gritó desde arriba:

-¡Compra un par de vinos al frente! -mientras le arrojaba cinco dólares-. ¡Te estoy viendo, eh!

La mujer cogió  el billete y cruzó la calle. Entra a la licorería del viejo Raynolds y al rato salió con dos botellas envueltas en papel.

Ya dentro del piso. Peg se presentó –muy tímida ella-, e insistió, puta al fin, en compensar a Joe con una buena succión. Lo hizo. Y el pobre tío no duró ni dos minutos, pero que rayos, estuvo bien. Se tomaron todo el vino. A la media hora se la folló, como a su parecer, es debido.

Desde esa noche de invierno Peg se quedó en su casa.

Y si bien es cierto trae algún dinero y satisface sus necesidades básicas, Joe también hace lo suyo. Le da un techo, que a estas alturas es bastante, y le aconseja en su oficio. Siempre le dice que una puta tímida era un fracaso, que debe verse ante los hombres como una verdadera tragaldabas, una comepollas en toda su expresión.

-Pero no me sale ser así Joe…- se quejaba Peg mientras se acomodaba la falda en su cuerpo raquítico.

-Bueno, al menos trata de engordar-, le increpaba el viejo extrañando su falta de carnes. ¿Y qué podía decirle? Ella no sabía hacer otra cosa, sabe Dios desde cuándo.

De esa forma, el viejo se sentía algo así como su protector y guía. El hacía lo suyo, ¿pero ella? Desde hace un mes la ve como desinteresada de él. Cuando llega, está muy cansada para cocinar y varias veces olvida llevar su ropa a la lavandería. Y lo de la cerveza, era demasiado, y con este calor… Definitivamente era para tomar cartas en el asunto. Debería golpearla, piensa de nuevo, pero teme que se vaya. ¿Y a dónde se iría? Es como una perra sin dueño. Si se va, regresaría con los negros adictos del cilindro.

Rumiando éstas cosa, nuestro amigo Joe no espera la súbita llegada de Peg.

-Adiós Joe

Joe se atora con el espagueti, lo escupe con fuerza y luego de un trago largo de cerveza caliente pregunta:

-¿Adiós?

-Si adiós, Joe -las delgadas piernas de Peg están temblorosas, pero a ella se le ve muy determinada-. Me voy.

-¿Y dónde se puede saber? ¿A una convención de putas?

- No Joe  Con alguien que me saque de todo esto. Alguien con futuro…

-¿Ah sí?  ¿Quién? Si se puede saber, claro…

-Bob Taylor tercero…

- Vaya, "Bob Taylor tercero"… ¿Y quién es ese chupacuete?

-Tiene un puesto de salchichas a cinco calles. Nos vamos a ir a Alaska… y nos haremos ricos…

Alaska! Vaya… No creo que tu culo se enfríe más de lo que ya está… jajaja.

-Tiene planes Joe Bob tiene proyección…-  Peg comenzó a empacar su poca ropa en una bolsa de plástico.

-“Proyección”… para mi debe ser un pobre cagaleche

-Es un chico respetable…

-¿Respetable? ¡Respetables mis cojones! Soy héroe de guerra perrilla… ¿Acaso no sabes? Y te vas con un vendedor de salchichas… -Joe termina su cerveza caliente. -En fin, ya pensaba botarte… Por mi te puedes ir a la reverenda mierda. Si te vas a putear a Alaska, no me interesa…

-Adiós Joe… -Peg coge su pequeña bolsa de ropa y termina de largarse.

Joe la escucha bajar las escaleras y por la ventana la observa cruzar la calle, abrazarse con un muchacho y perderse a lo lejos.

¡Vaya con la tipa! Sí que era una bandida, piensa Joe. El béisbol hacía rato que había terminado. Se toma una cerveza de un solo trago y al rato siente ganas de ir al baño. Maldita seas Peg… Acerca su silla hasta el retrete y con sus brazos intenta impulsarse hacia él. Pero los muñones de sus piernas no alcanzan la taza, Joe resbala y cae boca arriba. Maldice diez veces y decide incorporarse. Sus brazos ya no eran los mismos. ¡Maldita seas! ¡Maldit..! Le cuesta mucho esfuerzo llegar a sentarse pero lo logra. Joe suspira, al fin y al cabo no era tan grave… Hace tiempo que había aprendido a limpiarse el culo solo.

Ilustración: Edward Hopper.

 

 

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